La hipocresía reviste con verbo de tul el
sentimiento de culpa, es anhelo de integridad, una vil justificación, una
gracia que ofrece el error asumido. La envidia de la virtud hizo a Caín
criminal, nos recuerda Machado. El hipócrita pretende, con gestos acomodados a
sus palabras, ser creído (él o la tribu de la que se siente parte) Y el PP es un caballo que porta un baldón de muerte
como joroba. José María Aznar se sintió importante declarando una guerra y sus
huestes han de obrar en consecuencia. El general de esta plaza, Javier León de
la Riva, a falta de divisiones acorazadas, aporta lo que tiene: ordena a Rafael
Salgado, vicesecretario del ayuntamiento, ir a Irak y explicarles como se
privatiza el agua o como quedaría de lustrosa la ciudad de Diwaniya toda ella
llena de fuentes. Les prevendrá de las fechorías de las Asociaciones de Vecinos
o de los padres dolientes por naderías de leucemias y otras hierbas. Adecua
palabras y obras al gusto del mandamás, blanquea el rubor de su tez ante el
ridículo presidente; “soy de los suyos, es de los nuestros”.
Y digo, traviste las palabras y con ellas
los presupuestos: los dineros que costearán el viaje saldrán del anémico
saquillo destinado a la cooperación internacional, serán detraídos de la
escuálida cantidad de 600.000 euros que destina Valladolid a proyectos de
desarrollo en países desahuciados en el trastero del planeta. Idéntica
cantidad, sirva de referencia, que hace ocho años. Quizá ahora, como antifaz
que enmascare el desaguisado bélico o como anzuelo que acalle a las voces
discrepantes, aumente. Vano esfuerzo.
Lo del alcalde de Valladolid es un ejemplo
más de cómo el ego acomplejado del presidente secuestra la voluntad, y la
dignidad, de sus mandados. O quizá soy un pertinaz optimista que procura rebuscar
gérmenes de razón en el guijarral del conservadurismo español. Quizá esa
derecha que se envuelve en la bandera y juega al me pongo de pie, me vuelvo a
agachar, desea que juguemos a los agachaditos inertes que dejan hacer; tal vez
esa derecha que sueña con inmovilizar la historia, esa derecha de solaz
onanista ante visitas del Papa o desfiles de militarones disfrazados de Mahatma
Ghandi sólo ansíe ser respetada por sus músculos.
Puede que Javier León de la Riva no
practique la hipocresía tribal, se crea a sí mismo y entienda que gastar el
dinero del municipio en el viaje del subsecretario sea el idílico colofón a la
liberación de Irak. ¡Qué horror!
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