Foto "El Norte de Castilla" |
El campesino Muley, con la desesperación contenida, la rabia
refrenada, la angustia en los ojos, se dirige al arrogante hombre del traje que
acaba de comunicarle, a él y a su familia, que tiene que abandonar lo que
siempre fueron sus tierras, su casa. Le
cuesta levantar la mirada, quizá por esa vergüenza propia de muchas gentes del
campo que les lleva a apocarse ante los trajeados de ciudad. Le cuesta,
incluso, alzar la voz a pesar de que lo que está escuchando, “te tienes que
ir”, rompe por completo su existencia,
destroza toda expectativa vital. Argumenta, explica su situación límite
extensiva a todos sus vecinos, pero es incapaz de torcer el designio. El recién
llegado, sin bajar del coche, altanero, se justifica, “yo no puedo hacer nada,
solo cumplo órdenes […], no hay por qué enfadarse conmigo, yo no tengo la
culpa. […] El dueño de la tierra es la compañía”. Y la compañía no es nadie; luego,
nadie es responsable. Es del banco, pero en el banco solo está un apoderado que
solo cumple lo que se le encomienda desde Nueva York. No hay salida. Todo
ocurre pero no se sabe de quién es la responsabilidad. Y Muley, expulsado de
sus tierras, necesita un culpable, “Entonces, ¿a quién matamos?”. Ahora sí,
cuando todo está perdido, el campesino levanta la voz… ante los sordos oídos
del visitante que arranca el auto y se va con la tranquilidad de quien ha cumplido
con su cometido.
Recuerdo esta escena de ‘Las uvas de la ira’ cada vez que
los tractores toman las calles de la ciudad. Desde que tengo uso de razón
escucho más o menos lo mismo: que si los precios, que si los intermediarios,
que si el combustible. Problemas esencialmente irresolubles. El gobierno bien
podría responder como el hombre trajeado, “no hay por qué enfadarse conmigo, yo
no tengo la culpa, es Europa, es el mercado, es la geopolítica”. Así, las gentes
del campo no sabrán a quién disparar. Cuando los enfados llegan a un punto tal,
a alguien, siquiera metafóricamente, hay que matar. El problema ocurre cuando
el destinatario del disparo no tiene pecho, cuando los tiros van al aire. Somos
así, requerimos soluciones simples a problemas que no lo son.
El mundo en que vivimos es cada vez más complejo, las
decisiones trascendentes son cada vez más ajenas, más lejanas, más inasibles… Quizá
esta de la complejidad en la que estamos inmersos sea la mayor revolución económica
y social de los últimos siglos. Vendimiamos sin saber de quién son las uvas ni
hacia dónde dirigir la ira. Nos mandan y no sabemos quiénes ni para qué.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 27-02-2020
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