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Foto El Norte de Castilla |
A las sociedades y a sus desarrollos les ocurre tres cuartos de lo mismo: con el transcurrir de los siglos, se resabian. Sin embargo, a pesar de la dinámica, de tanto en tanto nos sorprenden brisas de frescura, niños con los pantalones manchados de barro, adultos jugando con un balón. Porque el fútbol, sin poder evitar la envoltura con el celofán de la impostura, ha conseguido que en el campo de juego pervivan esencias y modos de su carácter primitivo. Así, en el rectángulo conviven expresiones de ambos mundos que se manifiestan hasta en el sentido de llevarse la mano a la nariz. Uno, el granota Son, desdeñoso, lo hace para liberar sus fosas nasales, para dar vida a unos pulmones hambrientos de oxígeno. Así, indiferente a composturas y miradas ajenas, aprieta la napia y empuja aire hacia afuera lanzando los mocos al suelo. Otro, el local Guardiola, con ese gesto malhumorado que nunca le abandona, dándose ínfulas de importante, pretende con su mano esconder la conversación. Como si en sus palabras hubiera alguna fórmula desconocida que patentar a la salida del estadio, como si el diálogo fuera más allá de un par de lugares comunes y un ‘hasta otra’. Precisamente Guardiola, ‘de dónde saca pá tanto como destaca’, el mismo que a punto del fin de la pasada temporada, de forma precipitada cuando se imponía la prudencia, abrió la boca de par en par en forma de tuit para entonar el anuncio de una despedida que luego no fue.