martes, 28 de febrero de 2023

SEÑUELOS

De sobra sabemos que no es lo mismo ‘árabe’ que ‘moro’. Los unos, que diría Feijóo, forman parte del elenco de las gentes de bien, los otros se apilan entre los que molestan. O los que dejan de molestar; sea el caso, por ceñirme al último depósito que por reciente aún retumba en esta macabra montonera: el de esas más de cinco docenas de migrantes que murieron ahogados frente a la costa de Staccato de Cutro, justo allí donde la planta de la bota Italiana pisotea contra el Jónico. No, no es el color lo que separa. O sí, el color, pero el de los billetes; que el respeto y la honorabilidad se miden por el tamaño de las carteras. 

Árabes eran los que habrían de convertir, 15.000 millones mediante, a Salamanca en una Dubai sin mar pero con piedra franca de Villamayor. Un conseguidor, derivación patria de campeador, de conquistador, a módico precio alisaría el camino. El señuelo funcionó en una tierra acostumbrada a leerse en pasado, triste al otear el presente, exhausta ante tanto condicional, ávida de un futuro perfecto. Tanto, que olvidó el indicativo para dejarse embaucar por un fantasioso subjuntivo. Cuando llegue, ya verás cuando llegue. La tecnología, la innovación, son palabras fetiche que envueltas en ‘porque sois lo mejor’ ablandan cualquier defensa.

lunes, 27 de febrero de 2023

NIÑOS ESPERANDO UN FINAL FELIZ

La dilatación de la esperanza de vida ha alargado la duración de las distintas etapas vitales de forma que lo antaño supuestamente natural –por capacidad o apariencia física, por las responsabilidades que el día a día te obligaba a enfrentar– para un determinado intervalo de edad ahora le corresponde a otro posterior. Escuchamos de veinteañeros, hombres y mujeres que decenios atrás lucían manos bien curtidas, que son los nuevos adolescentes, que los cuarenta son los nuevos treinta o los nuevos setenta son los cincuenta de cuando mis abuelos llegaban avejentados al medio siglo de vida. La vida es así, no la inventó Sandro Giacobbe, tampoco la he inventado yo. De otra manera, los aficionados al fútbol padecemos (o disfrutamos) de un proceso similar: bien jugando, bien contemplando un partido, el balón nos realoja, transitoriamente, eso sí, en los tiempos de nuestra infancia, de cuando creíamos factible lo inviable, que el Ratoncito Pérez amontonaba dientes en su almacén, que los Reyes Magos tenían suficiente con una noche para colmar de regalos todas las casas del mundo. Un aficionado, por impotente que observe a su equipo, por más que le estén vapuleando, siempre albergará la esperanza de que por un fenómeno prodigioso, debajo de la almohada, en el interior de sus zapatos, encontrará un regalo que revertirá la realidad y le transportará a la cima de la felicidad. Solo así se entiende, por ejemplo, que un seguidor del Pucela aguantase el partido de Vigo hasta el final cuando no habían hecho falta más de cuarenta y cinco segundos para que una ocasión rival te dejase en evidencia, un cuarto de hora para asumir que el marcador y el juego se ponían de acuerdo al cerciorar la inferioridad blanquivioleta. Y se entiende porque el fútbol, ya digo, resquicio por el que nos asomamos a nuestra niñez, ha dado pruebas de su potencial para sorprendernos. Como buenos mesianistas (con una 'ese', no nos confundamos) vivimos esperando una llegada salvífica, identificando signos por doquier que nos garantizan el cercano advenimiento. Incluso en este infausto partido. El gol de Amallah, desde el instante en que observamos como la pelota se alojaba en la red hasta que el VAR nos convenció de que el apunte del gol desaparecería del marcador, obró el efecto de hacernos olvidar todo lo visto, de creer con fervor que el muerto estaba de parranda, de convencernos de que el Celta se desmoronaría. Ese centímetro lo alteró todo. Soñábamos lo imposible y de sopetón regresó la realidad, ahogó la quimera y la película que imaginábamos del estilo de las producidas por Disney o del de esos romances bobalicones que inexorablemente concluyen con el beso esperado desde el inicio resulta que se trataba de una de miedo de serie B. El aficionado, como buen niño, también teme a los fantasmas.

domingo, 19 de febrero de 2023

HISTORIAS OPUESTAS RADICALMENTE

No sé si queriendo o sin querer, pero el mundo del fútbol innova sus armazones narrativos. De aquellos partidos dispuestos en estructura lineal, sustentados en un clásico armazón narrativo, ceñidos a su introducción, nudo y desenlace, hemos alcanzado relatos que avanzan sin que se muestren los elementos que propician los giros de las tramas.

Naturalizamos que el juego del equipo mejor intimide y que de esta manera termine imponiéndose. No nos sorprende (al menos mucho) que el equipo peor considerado derribe con un disparo de su honda al gigante. Esperamos, en caso de que los contendientes dispongan de fuerzas similares, una batalla cuerpo a cuerpo. Nos cuadra que el que vaya ganando se atrinchere para guardar su viña; que, en caso de empate, ambos entonen un temeroso 'virgencita, virgencita, que me quede como estoy'; que el necesitado de gol abalance sus huestes de forma temeraria, al fin, de perdidos al río.

martes, 14 de febrero de 2023

IDENTIDADES

A veces me preguntan cómo me defino políticamente -otras, y eso sí me enerva, sin ni siquiera preguntar, dando por hecho que atinan, que podrían adivinar lo que pienso de cada tema que se suscite sin necesidad de que abra la boca, comprimen mis pensamientos y actitudes en una palabra-, encojo los hombros, sonrío para salir al paso y me evado, ‘yo qué sé’. Parece que sin encasillar no somos nada.

No sé lo que soy ni cuando me lo pregunto. Comunista, pensé alguna vez. Aspiro a cierta justicia social, sí, pero ni estudié su doctrina tan en profundidad como para asumirla o descartarla, ni aspiro a vivir en sociedades similares a algunas de las que así se catalogaron. Anarquista, me dije en algún momento. En las etapas más optimistas, confío en que el ser humano escape de amos y soberanos. En las pesimistas, la desconfianza me genera dudas; las dudas, desazón; la desazón, desistimiento. Un hijo de mis padres, asumí con una mezcla de orgullo y resignación. Será que el corazón me late por reflujo de un cristianismo social metido por vena en la infancia y adolescencia.

lunes, 13 de febrero de 2023

SI HUELE BIEN, MEJOR SABRÁ

Cuando uno es niño de pueblo, asienta la hora de las comidas como óptima referencia para volver a casa. Dado que la comida propiamente, la del mediodía, no dejaba espacio para la duda, era cocido o cocido; que las meriendas no estimulan el olfato ni la incertidumbre –las pastillas de chocolate o las rodajas de embutido apenas huelen y tanto me daban unas como las otras–; lo que hubiera de cena me provocaba la única inquietud gastronómica. Apenas terminaba de poner un pie en casa, trataba de averiguar de qué era el olor que condicionaba pavlovianamente mis reflejos. Cuando no lo averiguaba, aún desde el pasillo, siempre gritaba a mi madre de la misma manera; ella, impertérrita, desde la cocina, siempre respondía igual. – ¡Qué bien huele! – Mejor sabrá. De esta forma, así, sin darnos cuenta ni importancia, establecimos una liturgia que, en cuanto me asomaba a la cocina, ella completaba mostrándome la palma de la mano en clara amenaza de cogotón si osaba comprobarlo antes de hora. 

lunes, 6 de febrero de 2023

LAS AGUAS SE ABRIERON

Estamos a apenas un par de semanas de introducir la variable 'Europa' en las conversaciones entre aficionados blanquivioletas. Las aguas del mar Rojo se separaron y, lejos de ahogarse, el equipo camina ahora sobre tierra firme con la sensación de hallarse protegido de cualquier mal. Somos seres así de emocionales. Cualquier análisis social o teoría política sustentado en la necesidad de un comportamiento estrictamente racional del ser humano tropieza con la realidad. Razón y emoción se mediatizan mutuamente. Así somos. Hace escasos ocho días, el Valladolid agonizaba. Enfrentaba entonces su partido con su espalda cargada de una secuencia de derrotas cuyo inicio se perdía en la memoria, de partidos sin siquiera haber anotado un triste gol. Ni en la imaginación de los más optimistas cabía manera alguna de atisbar cómo revertir tal situación. El calendario asustaba. El Valencia, por nombre; la Real Sociedad, por dinámica; el Osasuna, por consistencia; los demás, porque nos gana cualquiera. Ocho días. Una semana. Aquel resultado ralentizó –digo 'ralentizó' y no 'detuvo' o 'frenó' porque aún casi nadie percibía que la tendencia pudiera invertirse– la bajada a los fuegos infernales. Después, una semana de zozobra. De idas y venidas. Cada movimiento anunciado, un drama. Una tragedia, cada salida aplazada. Los diagnósticos, y casi ninguno bueno, se amontonaban sobre el aire de la ciudad. Con frecuencia, estiramos los afectos, las querencias, hasta sobreponerlos a criterios ajenos por más sentido que estos puedan tener. Así, también, somos. De repente, el mismo equipo dado por muerto hace nada, el mismo grupo que salió capitidisminuido del intercambio final en el mercado de enero, acude al feudo de la ejemplar y eufórica Real Sociedad y le planta cara. Podría haber escrito que obtiene el triunfo. Me pareció secundario. 
En todo caso, consecuencia de un juego firme, valiente, de la óptima ejecución de un buen plan y de la pizca de suerte imprescindible para que nada se torciera. Lo que ha ocurrido, visto desde la perspectiva 'txuri-urdin', nos suena mucho por estas tierras mesetarias: están en su punto más alto, les rodea el entusiasmo, se enfrentan a un rival que consideran menor –así lo indica la clasificación–, a una víctima propiciatoria, y se dan el castañazo solo esperado por inesperado. Insisto pues, primera buena noticia, el Pucela plantaba cara, atemorizaba y no temblaba ante el tercer clasificado de la liga. Esa imagen hubiera sido suficiente para alimentar las expectativas, para borrarnos de la cara ese rictus abatido. Segunda buena noticia, el triunfo llegó por añadidura. Eso es material contable. Ocho días. Seis puntos. Otra posición, otra perspectiva, otra mirada. Ufanos y crecidos, corre prisa que pase el siguiente. El calendario estimula. El Osasuna, porque jugamos en casa; los demás, porque no hay quién nos pare. Ocho días. Al mismo entrenador atorado, cuyo barco había embarrancado, le creemos ya capaz de dirigirnos al mejor de los puertos. La plantilla de parches y remiendos no nos parece inferior a ninguna. Es más, los que llegaron, de los que desconfiábamos por desconocidos y los conocidos de los que desconfiábamos, a buen seguro consolidarán un bloque impenetrable. Ironías al margen, el partido de Anoeta permite abandonar –al menos durante un tiempo– las tierras de penumbra. Sin angustia, con margen de error, resultará más sencillo ajustar las nuevas piezas, armonizar la sintonía y, sobre todo, al fin ese es el sentido, disfrutar del día a día. Lo que no quita, eso nunca, para continuar siendo críticos y exigentes. Desde luego no todo se hizo mal en esos ocho días. Pero tampoco todo bien.

Publicado en "El Norte de Castilla" el 05-02-2023