domingo, 14 de abril de 2013

DIOS AHOGA A OTROS

El refrán es el hermano inculto del proverbio. Este luce frac, se puede expresar en latín, es citado en libros tan trascendentes como la Biblia y forman parte del acervo del que los eruditos presumen. El refrán, sin embargo, es más de boina, se pronuncia en un castellano de tierra ‘adentro’, solo se habla de él en libros sobados que van de una mesilla a otra sin lucir en la estantería y resuena en los debates tabernarios. Refranes y proverbios son hermanos porque son hijos de la misma madre: la observación. Tienen, sin embargo, padres distintos: el proverbio es hijo de la reflexión; el refrán de la experiencia vivida. Eso sí, tanto el reflexivo padre que habla latín como el lugareño que se maneja con el verbo propio de la Moraña o de la Tierra de Campos, no son infalibles. A la reflexión siempre le falta más reflexión. A la experiencia, la experiencia de otros, sobre todo la de esos otros que no pueden ya aportarla. Tirando de refranero podemos encontrar, valga como ejemplo, que ‘Dios aprieta pero no ahoga’. Todos los que lo oyen recuerdan algún momento de apuro extremo del que lograron salir y el aserto va cobrando fuerza. Y cobra más porque ningún ahogado está en disposición de refutarlo.