El
lobo no había conseguido su propósito en el primer intento, pero no se dio por
vencido. Caminó hasta el molino y allí pudo blanquear la pata metiéndola en un
saco de harina. Ahora sí, pensó, Regresó ufano a la casa de los siete
cabritillos. Una vez allí golpeó dos veces la aldaba, escuchó el estruendo de
la chavalería e imposto la voz.
-Abrid
la puerta hijos míos, soy vuestra madre.
Los
cabritillos, advertidos tras el primer intento, desconfiaban. Antes enséñanos
la pata, dijeron. El lobo les mostró la pata enharinada y las ingenuas
criaturas se convencieron de que era su madre quien estaba detrás. El resto del
cuento de Perrault ya lo conocemos.
En
su primer intento, el ministro Wert llamó a la puerta de los ‘Erasmus’, pero
estos le pidieron que enseñara la pata. Wert se la mostró. Es parda, no eres
nuestra madre, le dijeron. El ministro, incrédulo, se la tuvo que mirar. Cuando
comprobó que, efectivamente, su pata no parecía blanca se sorprendió.