lunes, 18 de febrero de 2013

LA LEYENDA PERDIDA

Salía perdiendo en cualquier comparación. En aquel presidio convivían, al menos vivían juntos, asesinos convictos, traficantes habituados a marcar territorio, atracadores de gatillo fácil y los propios carceleros cuyos valores no se diferenciaban de los reclusos y su actitud la empeoraba por el simple hecho de ser los depositarios del poder. Formaban una caterva para andarse con cuidado, para recelar ante cualquier movimiento. Luke Jackson tendría que compartir ese territorio, en que la violencia se servía con más frecuencia que la comida, por un motivo mucho menor: destrozar un indicador de aparcamiento en medio de una borrachera. No era un santo, su carácter era excesivamente impulsivo, pero poco más. En medio de aquella cueva de lobos se veía como un alma cándida, tenía todas las papeletas para ser visto como tierna carne de cañon para ser servida en caliente. Luke recordó, no podía ser de otra forma, nadie que haya oído silbar las balas a centímetros de la oreja o el estruendo de las bombas al explotar puede olvidarlo, que, aunque a sí mismo se considerase, sin más, un ciudadano corriente, había participado en una guerra. Sabía que en terreno inhóspito, en suelo hostil, el primer mandamiento es hacerse respetar, forjar una imagen que fuera un escudo, y en ello puso todo su empeño.