Los niños son esponjas que
absorben todo lo que ocurre a su alrededor, al fin y al cabo los individuos de
cualquier especie animal aprenden prácticamente todo en las primeras etapas de
su existencia porque de ello depende su propia supervivencia como individuos y
como especie. Pasado ese tiempo podemos enriquecer, afinar o matizar nuestros
conocimientos pero a un ritmo menor. La experiencia es un grado, dicen, pero no
es siempre cierto. Sería interminable el listado, por ejemplo, de entrenadores
cuyos mejores años fueron los primeros. Una razón puede ser que suma más la
ilusión de quien pretende abrirse camino de lo que resta inexperiencia; otra,
si ya es difícil aprender a ciertas edades, resulta titánico el esfuerzo
necesario para modificar las respuestas que damos ante situaciones similares
que la vida nos va deparando. La sabiduría popular es clara al respecto: cuando
se tiene pelo abajo, se aprende poco y con mucho trabajo.