jueves, 24 de mayo de 2012

POBRES SIN VERGÜENZA

De la misma forma que la verdad no existe pero la mentira sí, hemos vivido unos años en que parecía que la pobreza no existía pero la riqueza sí. Quejarse de falta de dinero no estaba mal visto cuando el lamento era por no poder comprar otra casa, otro coche o ir más lejos de vacaciones. Hasta ahí. Ser pobre de verdad quedaba feo. La imagen de la pobreza era un tetrabrick de Don Simón. Reconocerse como tal era la declaración pública de un fracaso vital. ¿Quién puede tener sed viviendo al lado de un río? Pues la había pero no la veíamos porque la pobreza se escondía avergonzada. En una sociedad de fuertes, mostrarse débil te convierte en la diana a la que apuntan los dardos del reproche. Mejor callar. Ahora, que en vez de posar los pies en escaleras mecánicas por las que se asciende sin esfuerzo, apretamos el culo contra un tobogán por el que caemos, ahora, digo, ser pobre no es mejor, pero da menos vergüenza. La razón es sencilla, lo que abunda no se puede esconder, por más que la cosecha sea de pobres. El consuelo de tontos, el mal cuando es de muchos, resta culpas a cada uno de los que lo sufre y se pierde el miedo a contarlo. Uno habla con otra que a su vez habla con otro y todo se termina sabiendo. Como se sabe que el pobre de hoy tiene rostro de niño, es un adulto que antaño lució corbata o llevó vestido de firma en la penúltima Nochevieja. Es más, no hace tanto, cuando se encontraba con un mendigo en la puerta de un restaurante, decía que nunca se vería en esas. Entonces pobreza y exclusión social eran sinónimos. Hoy es el antecedente de una exclusión que está por venir hasta para muchos de los que menos se lo esperan. Además, quienes aún pueden decir que su sueldo es más largo que el mes ya no miran al pobre con desprecio sino con miedo a rodar por el mismo precipicio. El pobre ha dejado de ser un fracaso individual, ha mutado en amenaza colectiva. Y hay quien de ello se aprovecha. 

Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-05-2012