jueves, 12 de marzo de 2015

VALORES DE SENTIDO ÚNICO

Estamos en un pueblecito de Aragón en 1937. Una campesina humilde, ya entrada en años, charla en la calle con unos milicianos de la CNT. Estos le están explicando los planes para crear una colectividad en el municipio. Tras escuchar atentamente y con un rostro que mostraba el agrado por lo que oía, la mujer les responde tajante: “Pues me parece muy bien, así, entre las pocas tierras que tengo, y las que me toquen en el reparto, viviré mucho mejor”. Los chavales echaron unas carcajadas, se miraron entre ellos y empezaron de nuevo con la explicación. No recuerdo si este diálogo que vaga en mi cabeza llegó a través de la escena de una película que tengo olvidada o del pasaje de algún libro del que no consigo acordarme. Pero la respuesta de la buena mujer me viene de tanto en tanto a la memoria, porque últimamente, sobre todo cuando en una conversación o en una charla aparecen determinadas palabras asociadas a valores, escucho reflexiones similares con más frecuencia de lo que pudiera parecer. Solidaridad, soberanía, libertad, igualdad y otras tantas palabras han debido de perder la doble dirección en algún punto del camino y, cada vez más, ya digo, se arrojan para recibir y se olvida el camino de vuelta. Cierto es que la situación económica de una parte importante de la población española, como del propio estado, no es precisamente halagüeña; pero no es menos cierto que, puertas afuera, es peor en la mayoría del mundo. Sin embargo, esta realidad ha desaparecido de los discursos, programas y conversaciones. Se tacha a Alemania de insolidaria con los países del sur de Europa, pero no se plantea que nosotros lo seamos con los de más al sur. Denunciamos la pérdida de soberanía, pero olvidamos la soberanía que nuestro estado o las empresas de aquí hacen mermar en otros territorios. Aspiramos a modelos como los nórdicos sin percatarnos de que solo son viables si existe en paralelo una periferia a la que esquilmar recursos.