Caminaba absorta Mafalda, como siempre con la cabeza centrada en sus
cosas, con esa cara que no te permite saber si no se entera de nada o se entera
demasiado de todo. Caminaba sola por la acera hasta que una inconclusa pintada
en una tapia le hizo levantar la mirada, expandir la mente y abrir la boca. La
pared hablaba poco pero informaba mucho, más incluso por lo que callaba que por
lo que decía. Sobre el blanco de la cal solo una docena de letras precedidas
por un signo de exclamación -¡Basta de censu- eran suficientes para imaginar
que no mucho rato antes, el servicio de limpiezas no había tenido tiempo para
reblanquear la pared , un grupo de personas pertrechadas con un cubo y dos o
tres brochas querían denunciar el poder dictatorial que silenciaba cualquier
voz distinta de la versión oficial. Mientras uno de ellos pintaba, el resto de
la camarilla vigilaba por las calles adyacentes para, en caso de ser necesario,
alertar al resto y salir en estampida.