De unos días a esta parte, las
portadas de los periódicos han estado adelantando el trabajo de las páginas necrológicas.
No es que en otros momentos la gente muera menos, al fin y al cabo, para
nuestro mal, como cantara Serrat, la parca nunca deja de buscar, simplemente,
esta semana la guadaña ha segado con mayor profusión en el selecto campo de las
personas cuya labor tenía, o había tenido, un enorme impacto social.
Tras la muerte, llega el tiempo
de las buenas palabras. La memoria es selectiva, y es tan imponente el abismo
del después al que todos estaremos sometidos, que lo malo que queda por decir
se ha difuminado en las penumbras del pasado o se nos encoge en el estómago sin
fuerza para salir. Elogios que son humo y, como tal, parece que suben al encuentro de algo pero
enseguida se desvanecen. Las alabanzas pronunciadas ante un ataúd nacen tan
muertas como los inquilinos de la caja de madera, porque estos no pueden
escucharlas.