Una mañana
de agosto del verano pasado subí con mi bicicleta al lugar dónde dicen que nace
el río Trabancos, un par de cerros en la pequeña localidad de Herreros de Suso.
El Trabancos es un río de esos que se convierte en noticia cuando lleva agua,
pero que encierra en sí toda la belleza del mundo porque, como escribiera
Fernando Pessoa, ‘el Tajo no es más
bello que el río que corre por mi pueblo porque el Tajo no
es el río que corre por mi pueblo’. De camino hice una parada en Narros del
Castillo, allí, en un bar, había un cartel que pregonaba unas estupendas
jornadas culturales que se extendían a lo largo de aquel verano. Ese mismo día,
cuando ya había regresado, me crucé por la calle con uno de los concejales de
mi pueblo, le comenté lo de las jornadas de Narros y le planteé que con un poco
de voluntad se podrían desarrollar actividades semejantes en Rasueros. Moviendo
la mano en un gesto a medio camino entre el desplante y la resignación me dice
que ‘este pueblo tiene el peor ayuntamiento de España entera’. Me quedo de un
aire, pero le replico ‘chico, tú formas parte de ese ayuntamiento’. Me mira,
sonríe y, a la vez que empieza a irse, responde ‘pues eso’.