viernes, 3 de mayo de 2013

¿De qué hablan cuando hablan?

No hace tanto, o quizá sí, de aquellos tiempos en que sólo había dos cadenas de televisión. Podíamos elegir entre la primera y la uhacheefe pero rara vez lo hacíamos porque estábamos la mayor parte del tiempo en la calle. Cuando llegábamos a casa era para cenar y dormir. Menos los viernes que, al no haber escuela al día siguiente, se ensanchaba un poco, no mucho, la manga y, tras la cena, veíamos el Un, Dos, Tres. Entre preguntas y canciones, entre multiplicaciones y calabazas, aparecía, cada día con un disfraz, Antonio Ozores. Hablaba pero no se le entendía y de eso hizo profesión. Arrancaba carcajadas con un humor con un cierto barniz surrealista. Sus absurdos monólogos quedaron almacenados en mi subconsciente de tal forma que ese recuerdo aparece cuando escucho a muchos santones de la política o de la economía. Hablan en un lenguaje tan artificioso que resulta ininteligible, sus explicaciones del por qué pasa lo que pasa, son como las intervenciones de Antonio Ozores pero sin hacer reír. Lían sus discursos como un gato una madeja. Podríamos pensar que no somos lo suficientemente listos para comprender pero no es el caso, en realidad ocurre que han encontrado un lenguaje capaz de engullir palabras sin aportar nada, un idioma en el que pueden decir a la vez so y arre y convencernos de la coherencia de las dos órdenes dadas al mismo tiempo. De esta forma evaden su responsabilidad, esconden los errores de sus análisis previos y, sin rubor, se erigen en portavoces de la única verdad verdadera. Pero resulta que su oficio es –debería ser- el contrario: explicar con nitidez las cosas que afectan al común para que pudiéramos decidir con un criterio más formado. Pero date, eso nos convertiría en más soberanos y menos masa. Luego no (les) conviene.