jueves, 25 de abril de 2013

LO QUE EL PENDÓN IGNORA

Los calendarios están llenos de números que, en su mayoría, no nos dicen nada; unos pocos, sin embargo, han ido cobrando significado, bien porque se clavan como aguijones en el corazón, porque forman parte del selecto elenco de efemérides colectivas, bien porque una melodía los ha apuntalado en nuestra memoria. Así, gracias a los Celtas Cortos, el veinte de abril será siempre el del noventa y recordaremos las risas que nos hacíamos antes todos juntos.
El pasado veinte de abril, sábado para más señas, mientras el día iba transcurriendo igual que tantos días iguales, en cualquiera de nuestros pueblos, donde sus habitantes se esfuerzan para llenar las lentas horas de estas tardes que empiezan ya a ser largas, en Becilla de Valderaduey se disponían a limpiar la iglesia. Así, entre fregonas y amoniaco, el reloj iba dando vueltas hasta que encuentran un trozo de tela que podía ser un trapo olvidado alguna otra tarde de limpieza. Pero no, a fuerza de vueltas, el reloj marcaba el siglo XIII. El trapo tenía alcurnia. Era, nada más y nada menos, un pendón que se había empeñado en transitar por el mismo oscuro camino del silencio que tres siglos después siguieran aquellos ‘morados pendones viejos violados de tanta espera’ que evocara Luis López Álvarez en el Romance de los Comuneros. Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar. Añadía el poeta berciano.