martes, 25 de febrero de 2020

PECECITOS DE COLORES

Foto "El  Norte de Castilla"
El dinero es un argumento recurrente cuando se habla de fútbol. En realidad da casi igual de lo que se hable, el asunto del dinero permea cualquier ámbito. El fútbol simplemente no es una excepción; siempre anda, por tanto, con el dinero a vueltas. Las cuestiones pecuniarias sirven tanto para ponderar los logros de un equipo, como para justificar decepciones o asumir que el caché de algunos futbolistas es inasumible para tal o cual club. También son útiles como lanzas que justifican la cicatería y mezquindad de algunas propuestas futbolísticas: «somos pobres, no podemos jugar de otra manera». Siendo así, la labor más importante de cualquier directiva, desde las rifas de un jamón en los tiempos de la prehistoria hasta los patrocinios de la actual era mercantilista, consiste en encontrar los cuartos necesarios para mantener vivo el tinglado. Como los gastos no dejan de crecer, los clubes se ven apremiados para que el volumen de los ingresos aumente al mismo ritmo. Miles son las cabezas que rebuscan fórmulas que permitan la rentabilidad de los clubes. Alguna de ellas trabaja para el Real Valladolid y ya ha pensado, y si no aquí dejo la idea, en nuevo nicho de negocio aún sin explotar. Si han tenido éxito canales de vídeo que se limitan a emitir el movimiento de pececitos de colores en una pecera y a envolver dichas imágenes con música new age, ¿por qué no se venden a hospitales, residencias de personas mayores o salones de yoga los últimos partidos del Pucela editados sobre una base melódica de Loreena McKennitt o Ludovico Einaudi? Sería una amable y certera forma de vender calma, paz, sosiego y sueño a cambio de unos eurillos que harían feliz a Ronaldo.