Uno va a su puesto de trabajo, pongo por caso, como
el día anterior, el anterior y el anterior. De haber notado ciertos movimientos
inhabituales hubiera sentido esa dichosa mosca tras la oreja y habría llegado
fácilmente a la conclusión de que algo (casi nunca bueno) se estaba cociendo a
sus espaldas. Sin embargo, cuando esa misma oficina lleva varios días demasiado
tranquila, cuando parece que los papeles pesan y los movimientos se repiten,
cuando cada día se parece excesivamente al anterior, el mismo trabajador
empieza a notar que el aire se solidifica y es consciente de que por algún lado
algo va a estallar. Que tras la tormenta llega la calma es algo sabido, pero
esta relación se produce también, con mucha frecuencia, en sentido inverso. La
calma, el exceso de esta, suele ser el preámbulo de una partida de rayos y
truenos que llegan así, como de repente. Lo sorprendente es que no nos suele
pillar desprevenidos porque un sexto sentido nos mantiene alerta, nos prepara
para lo peor.