jueves, 5 de marzo de 2015

UNA DE DOS, O LAS DOS

Escribía la semana pasada que nuestros dirigentes (o aspirantes a serlo) no hilan dos frases seguidas sin agarrarse a la palabra ‘ciudadanía’ o sin apelar a los ciudadanos y las ciudadanas. Los unos, los de las organizaciones más ‘viejas’, lo utilizan simplemente como recurso, es su manera de atrapar voluntades con un sustantivo que resulta inocuo, que engloba a todos sin apuntar a ninguno. Es una simple forma de hablar. Para los otros, los de estos partidos de más reciente creación, el ciudadanismo es un concepto en el que asientan toda la potencialidad de su discurso. A pesar de su uso actual, el manejo de este término viene de lejos. La escritora Rosa Luxemburgo ya lo analizó en clave crítica allá por el año 1900 en su obra ‘Reforma o revolución’ donde venía a decir que “La palabra “ciudadano” sin distinciones (…) identifica al hombre en general con el burgués, y a la sociedad humana con la sociedad burguesa’. O sea, que la apelación a la ciudadanía no es más que la base de un discurso interclasista en el que se pretende hacernos creer que todos somos lo mismo, que si las cosas van bien para uno, consiguientemente, irán bien para todos; que esto se arregla (como ocurre en las conjuras de un equipo de fútbol cuando se reúnen tras una derrota) haciendo invocaciones del estilo ‘remar todos hacia el mismo lado’ y ‘apretar los puños’.