lunes, 12 de abril de 2021

QUE NO SEPA A FINAL

Ni por lo más remoto imaginé, aquella noche del verano de la Peñaranda de finales de los ochenta en que Ana me la regaló, que la cinta seguiría conmigo más de treinta años después. Y eso que en aquel entonces no sospechaba que pasado un tiempo no haría falta ni soporte físico para almacenar música. En aquella cinta se amontonaban un puñado de canciones grabadas a pelo en un bar de Salamanca, ciudad donde ella estudiaba medicina. El autor era un tal Manuel Díaz Luis. Una voz y una pluma demasiado interesantes pero que, al poco, se apagaron por culpa de un cáncer traidor, valga la redundancia.

Otros veranos pasaron: dejé de ir de forma continua a mi pueblo, de disfrutar de las noches de Peñaranda. Como consecuencia, aquellas conversaciones nocturnas con Ana, que terminaban solapándose con el alba, se fueron distanciando, hasta que dejaron de ser, hasta que nos perdimos la pista. También perdí la pista de la cinta. La dejé, pero no recordaba a quién.