La vida va discurriendo al trantrán, los días caen
inercialmente uno tras otro mientras recogen nuestro monótono quehacer. Pero de
repente llega uno de esos que, en función de tu obrar, y el fruto de este
tamizado por el azar, te traslada y marca la pauta del tiempo siguiente.
Después, se volverá a la rutina, pero ya será otra. El del Tenerife era uno de esos partidos de definición marcados en el calendario del
Pucela, uno de esos en los que el resultado te ubica. Nada te da con seguridad,
nada te quita de fijo, pero el abordaje al último tramo de la competición sería
diferente de haber tocado remar teniendo que ver la popa del velero del Almería
mientras el propio Tenerife te echaba a un lado de como realmente es: a la par
de los andaluces y mostrando popa a los isleños que ya miran desde la
distancia.
Desde esa altura clasificatoria, la panorámica es majestuosa. Si nos quedamos en el resultado o con el tramo final del partido, se puede uno preguntar lo que, en la cima del pico, Simba interpeló a su padre: “¿Y todo será mío?”.