lunes, 14 de diciembre de 2015

PARA HONRADA, MI MADRE

Algunas palabras, aparentemente halagadoras, esconden tras de sí un reverso cargado de perversión. En ese querer mostrar los aspectos positivos de alguien reside el intento por esconder las miserias individuales o colectivas. Sucede cuando, para enaltecer, se apela a ese elenco de características que se deberían dar por supuestas en quien ejerce determinada función, como si fuesen las que definiesen las virtudes esenciales requeridas para ello. En épocas electorales, por ejemplo, no es infrecuente encontrar voces que, para resaltar la capacidad de su ‘líder’, se refieren a su honradez o su enorme capacidad de trabajo. Cada vez que oigo algo así, y, ya digo, no son pocas, pienso para mí que, de poder replicar, diría al panegirista que, si ese es su criterio, presento la candidatura de mi madre para la Presidencia del Gobierno. Ella, honrada a carta cabal y con esa desmedida capacidad de trabajo común a casi todas las mujeres que fueron niñas en la posguerra, no desmerece, es más, desborda con holganza a cualquiera de los candidatos potencialmente referidos. Podía ser, sin más, una gracieta, pero el asunto va más allá: reclamar como factor diferenciador lo que debería venir en el lote se convierte en una denuncia a la situación del cuerpo descrito. Decir que tal candidato es honrado, solo tiene sentido cuando se sobrevive en tiempos deshonestos. Estas virtudes, a las que los teóricos llaman prepolíticas, deben ser el suelo sobre el que se sustenta el edificio, pero nunca el edificio mismo.