lunes, 30 de abril de 2012

Absurdo debate

En todas las casas cuecen habas y ningún cocina se libra de discusiones sin fin que se hilan entre padres e hijos cuando se utiliza como argumento de fuerza la comparación con un tercero. Hoy es un Roberto puede salir los sábados hasta las tres y a mí no me dejáis volver después de la una ’que tiene como inexorable réplica a mí me importas tú, lo que hagan o dejen de hacer los demás me la trae al pairo.
Días después la rueda gira y esta vez el reproche viene generacionalmente de arriba, te has pasado toda la tarde por ahí sin hacer nada, mira tu primo Ángel como aprovecha el tiempo, luego, claro, el aprobará todas, no como tú ’y la respuesta, igualmente inexorable, no se hace esperar. No decías que los demás te la traían al pairo, pues deja de compararme con mi primo.
Esta tensión argumental no tiene salida porque el debate entre dos interlocutores con distintas aspiraciones no puede tener sostén. Mientras unos pretenden suplantar el sentido del deber que creen que falta a los otros, estos ansían vivir sin límites impuestos, ni interferencias. El debate entre posturas inmiscibles es racionalmente ridículo pero sumamente atrayente, de forma que, así nos descuidemos, estamos inmersos en uno de ellos. Lo peor es que, como es imposible el acuerdo, nunca terminan. Como contrapartida, para qué negarlo, disfrutamos chapoteando en semejante absurdo.