Cinco meses han
pasado desde que Ángel diese la última vuelta a la llave para cerrar
definitivamente La Curva, uno de esos locales que, más que un bar, fueron el
emblema de una época. Casi como último servicio, La Curva fue el penúltimo
cobijo de unos poetas locos –no todos los poetas son locos aunque todos los
locos sean poetas– emperrados en susurrar sus versos a pleno pulmón. No es
extraño este maridaje, el bar rezumaba poesía desde el momento en que fue
engendrado; de hecho, el nombre hace referencia a ‘Las personas curvas’, un
poema de Jesús Lizano que ya es una declaración de intenciones. «Mi madre
decía: a mí me gustan las personas rectas/ A mí me gustan las personas curvas,/
las ideas curvas,/ los caminos curvos,/ porque el mundo es curvo/ y la tierra
es curva/y el movimiento es curvo... el pan es curvo/y la metralla recta». En
esto del fútbol existen muchos caminos para ganar, tantos como para perder,
pero el que nos entusiasma es siempre curvo. Ese fútbol que nació recto en
Europa fue tomando distintos cuerpos a medida que viajaba para quedarse en el
resto del mundo, pero en uno se torció definitivamente para mostrarnos la
belleza curva.