El consejo atribuido a Sun Tzu es válido para enfrentarse a cualquier
circunstancia, pero es esencial para quien tenga alguna responsabilidad
en la estrategia militar: ‘Nunca hay que dar un paso si no se está
seguro del siguiente’. Al anecdotario de Hitler le ocurre lo mismo (con
perdón) que a las reliquias que encierran un fragmento de la corona de
espinas con que aquellos soldados romanos pretendieron humillar a Jesús
de Nazaret: si creyésemos que todas las anécdotas son ciertas, o que
todos esos trocitos de madera estuvieron donde dicen que estuvieron,
podríamos llegar a la conclusión de que el tirano habría vivido
doscientos años y que la cabeza del joven nazareno tendría una
superficie capilar cercana, en tamaño, a la del partido de Sigüenza. Una
de esas leyendas hitlerianas cuenta que el enajenado líder nazi, buen
seguidor de la consigna citada, reunió a sus asesores militares con el
fin de conocer las intenciones del ejército enemigo antes de decidir
cuáles habrían de ser los pasos a seguir. Para tal fin había pedido,
previamente, a cada uno de ellos un minucioso informe en el que deberían
recoger cuáles serían los próximos movimientos de los aliados. Tras
escucharlos, comprobó que apenas había coincidencia entre las
previsiones de cada uno. Hitler se levantó airado, lanzó los informes al
suelo y les dijo a voz en grito: ‘Seguramente uno de ustedes tenga
razón, el problema es que no sé quién de todos es’.