domingo, 29 de enero de 2012

MEJOR COMER QUE PRESUMIR

Ha sido como volver a casa tras mucho tiempo viviendo fuera de ella. Había habido otras visitas pero teníamos el gusto maleado y el alma distraída por lo que nos habían vendido como moderno.
Algunos, no pocos, se han convertido en émulos de Hamlet y, calavera en mano, se revuelven contra el cielo sustituyendo “el ser o no ser, he ahí el dilema” por un más prosaico “tenía y ya no tengo, he ahí el problema” y continúan “nunca llegué a pensar que me vería en estas”. Hijos que después de creerse, porque lo son, adultos, han tenido que volver a la casa de la que se fueron. Clases medias que se miraban al espejo viéndose un poco más altas y ahora comparten espacio en los comedores sociales con los mismos a los que hace no tanto culpabilizaban de su situación, de los que huían sin darse cuenta de que eran parte de lo mismo.

martes, 24 de enero de 2012

BADENES, DE DI STÉFANO A MESSI

El escudo del Real Valladolid se deja ver un par de veces dando color a dos nombres que aparecen en el listado de los máximos goleadores de la Primera División. En ambos casos ese trofeo fue compartido con jugadores de otros equipos. El más reciente, lo recordamos quienes tenemos bastantes muescas en el DNI, lo consiguió el uruguayo Jorge ‘Polilla’ Da Silva con los mismos goles que el madridista Juanito. Aquello ocurrió en la temporada del 84, mítica en el imaginario pucelanista porque en ella se consiguió el único trofeo oficial depositado en la sala de trofeos del club, la Copa de la Liga.
Para encontrarnos con el otro Pichichi vestido de blanco y violeta hay que desplazarse mucho más allá en el tiempo, hasta la temporada 57-58. Ese año no dejó un gran sabor de boca a orillas del Pisuerga ya que, tras diez sesiones completas e ininterrumpidas en el primer peldaño, los huesos del Real Valladolid fueron a golpear en la Segunda División. El consuelo tuvo el nombre de Manuel Badenes quien, a pesar de lo infausto de la temporada, consiguió que nadie marcase más goles que él aunque hubiera dos que metieran los mismos: el valencianista Ricardo Alós y (pónganse de pie) Alfredo Di Stéfano.

domingo, 22 de enero de 2012

SOLSTICIO DE CAPRICORNIO


No sé si tiene que ver con la cacería que se ha iniciado contra algunos servidores de internet o con mi propia torpeza al enfrentarme a cualquier aparato que tenga botones, en los once años que llevo viviendo en esta misma casa no he cambiado ni una vez el programa de la lavadora, el caso es que he sido incapaz de ver el partido en el ordenador. Como la persistencia tampoco es lo mío, pasados los quince minutos decidí cerrar los ojos y viajar al Pedro Escartín encaramado en las distintas voces de los compañeros que lo narraban a través de la radio. La alfombra mágica se desplazaba plana y sin sobresaltos sobre una llanura extensa en una tarde soleada. Sin ninguna cordillera que modificase el ritmo narrativo, ni una neblina que nos hiciera apretar el botón de alerta. Pero, como si de un Moncayo se tratase, apareció de repente un pico, solo y exento, que modificaba el paisaje. Cuando menos se esperaba, casi sin darnos cuenta, Óscar conseguía hacer diana con el primer dardo. El parte meteorológico indicaba que el día iba a estar despejado y la vista mostraba una ruta cuesta abajo. Ni uno ni otra nos engañaron.

domingo, 15 de enero de 2012

Seguía siendo invierno


De repente una mañana, nada más levantarte, miras por la ventana y ves la fachada del edificio de enfrente por primera vez en nueve días. El sol luce majestuoso, te animas y sales a la calle habiendo dejado la bufanda en el armario, hasta que pones el pie en la calle, resoplas y decides subir a por la bufanda, los guantes y el gorro. La niebla ha levantado pero sigue siendo invierno. Desde esa misma ventana pudiste comprobar que el día había amanecido refulgente con un gol por la escuadra. Poco precaución sembraba en ti un fenómeno atmosférico llamado Alcorcón, menos tras haberte deleitado saboreando esos rayos de luz que, tras atravesar el cristal, acariciaron tu cara.
Pero seguía siendo invierno. Lo supiste cuando un golpe de viento seco y frío te hizo recordar tantas otras veces en que los deseos tuvieron más fuerza que la realidad y, tantas ganas tenías de dejar ropa en casa, confundiste un rayo de sol con una mañana primaveral. Porque no era una ventisca pasajera, ni llegaba sola, en su soplar había arrastrado negros nubarrones con los peores presagios.

lunes, 9 de enero de 2012

El futbolista líquido

Para conocer el peso de un cuerpo es imprescindible conocer el estado de agregación en que se encuentra la materia que se pretende estudiar. Si lo que tenemos entre manos se encuentra en fase sólida solamente necesitamos una báscula. Se deposita el cuerpo sobre el soporte e inmediatamente aparece indicada la medida, tantos goles, tantos pases, tantos kilómetros recorridos, tantas recuperaciones. Pero si queremos conocer el peso de un líquido no podemos repetir esa experiencia porque este se derramará y la báscula no podrá apreciar su peso real. Para solventar esta pequeña dificultad necesitamos un recipiente (sólido, por supuesto) que previamente hemos pesado. Posteriormente introducimos el líquido y volvemos a pesar. Conocidos los dos datos hacemos una sencilla resta y ya tenemos la solución.
En un momento en que todo se tabula, en el que los datos que no aparecen en las hojas de cálculo no existen, corremos el riesgo de no evaluar con rigor porque no sabemos distinguir los líquidos de los sólidos valorando a estos en su justa magnitud pero minusvalorando a los otros. Este error no es ajeno al mundo del fútbol, a lo largo de la temporada vemos mil estadísticas que miden el rendimiento de los jugadores, es raro encontrar en ellas en puestos destacados a Andrés Iniesta. Es cierto que cada vez tiene más reconocimiento, pero siempre menos del que su aportación al juego merece. La razón: el manchego es un jugador líquido, su verdadero valor se conoce cuando restamos el peso del recipiente (F.C. Barcelona o Selección Española) lleno de Iniesta y sin él.

domingo, 8 de enero de 2012

COSER Y CANTAR

La calle que acompaña en los últimos suspiros al Canal de Castilla homenajea con su nombre a Manuel López Antolí. Este industrial catalán llegó a Valladolid en 1937 y con los hechos demostró que es cierto ese axioma manido por los amantes de la sociología de bolsillo y utilizado para levantar los ánimos del personal cuando llueven piedras: las crisis no son un problema, son una oportunidad. Donde el resto veía una guerra, López Antolí encontró una fortuna. Trajo su capital y con su conocimientos del sector puso en marcha una empresa de blanqueo, tintes, aprestos y acabados, Textil Castilla. La tierra de acogida suministraba suficiente materia prima y la búsqueda de clientes fue el menor problema: el ejército franquista necesitaba uniformes y él se encargó de confeccionarlos. 

Acabada la contienda, la fábrica continuó activa y a su calor se desarrolló una incipiente industria aledaña de la que hoy solo queda la decoración de la Plaza de la Solidaridad, el nodo sobre el vibran los vecinos del Barrio de la Victoria y que ocupa el suelo sobre el que se asentaron los cimientos de aquella primera fábrica.