Migración siria/Manel Vizoso |
Golpean la aldaba del portón de
la vieja Europa, pero quizá por el exceso de ruido, porque estemos demasiado
lejos o porque el ejercicio de sobrevivir ya nos produzca demasiada zozobra, no
atendemos la llamada. De tanto en tanto nos llega alguna imagen aislada, una
foto cruel que nos remueve por dentro como si quisiera cortarnos la digestión.
Sentimos que algo nos cruje y, como suspirando, aflojamos un ‘una lástima lo de
estos niños’, un ‘una vergüenza que lo permitan’. Soportamos el golpe, tiramos
de ese útil listado de preguntas retóricas para extraer un ¿qué podemos hacer?,
cerramos los ojos y seguimos con el día a día.
Eso en el mejor de los casos, en
otros no existe espacio ni para la compasión. Cada vez son más las voces que,
ya sin disimulo, al escuchar el sonido de la puerta, exigen a los gobernantes
que azucen a los perros para que salgan ladrando a intimidar, que dejen claro
que aquí no queda sitio para nadie.
Son los sentimientos
contrapuestos de las dos Europas de siempre: la que busca abrirse (aunque ahora calle como resignada a su suerte) y la que
cierra sus puertas, la que fue capaz de teorizar y poner en práctica los
valores de los que presumimos y la que prendió hogueras.