En la comarca de Las Merindades la Cordillera
Cantábrica va dejando de ser para convertirse en páramo, podríamos decir que
ese territorio es la puerta burgalesa de la meseta, la entrada a esa Castilla
que, como escribiera Antonio Machado, es ancha y plana como el pecho de un
varón. Allí, al norte, mirando con un ojo a Cantabria y con el otro al País
Vasco, sigue en pie uno de esos pueblos con más historia que habitantes:
Espinosa de los Monteros. Un pueblo cuyo nombre se asignó a uno de los cuerpos
de la Guardia Real, el encargado de la custodia nocturna de las alcobas de los
monarcas castellanos. La razón hay que buscarla mil años atrás. Cuentan que en
aquel momento el conde Sancho García heredó de su padre el gobierno de
Castilla. Doña Aba, su madre, acordó con
un caudillo musulmán, conspiraron (quizá conspirar solo sea un eufemismo) y
urdieron un plan para traicionar al conde. Una dama de compañía de Doña Aba
conoció las intenciones de esta y, lejos de mantener el silencio por el que le
pagaban, decidió traicionar a la traidora. La dama le contó a su marido,
mayordomo real y natural de Espinosa de los Monteros, la confidencia que había
escuchado y este le fue con el cuento a Sancho García, quien, de esta forma,
pudo abortar el magnicidio y continuar en el trono. El conde, agradecido por el
gesto, se dirigió al hombre: «Leal me fuiste, Sancho Peláez. Desde ahora
guardarás mi sueño. Y que guarden también los hijos de Espinosa en los siglos
venideros el sueño de todos los monarcas que Castilla tenga».