martes, 17 de septiembre de 2013

NO DEBE HABER

En la comarca de Las Merindades la Cordillera Cantábrica va dejando de ser para convertirse en páramo, podríamos decir que ese territorio es la puerta burgalesa de la meseta, la entrada a esa Castilla que, como escribiera Antonio Machado, es ancha y plana como el pecho de un varón. Allí, al norte, mirando con un ojo a Cantabria y con el otro al País Vasco, sigue en pie uno de esos pueblos con más historia que habitantes: Espinosa de los Monteros. Un pueblo cuyo nombre se asignó a uno de los cuerpos de la Guardia Real, el encargado de la custodia nocturna de las alcobas de los monarcas castellanos. La razón hay que buscarla mil años atrás. Cuentan que en aquel momento el conde Sancho García heredó de su padre el gobierno de Castilla. Doña Aba, su madre,  acordó con un caudillo musulmán, conspiraron (quizá conspirar solo sea un eufemismo) y urdieron un plan para traicionar al conde. Una dama de compañía de Doña Aba conoció las intenciones de esta y, lejos de mantener el silencio por el que le pagaban, decidió traicionar a la traidora. La dama le contó a su marido, mayordomo real y natural de Espinosa de los Monteros, la confidencia que había escuchado y este le fue con el cuento a Sancho García, quien, de esta forma, pudo abortar el magnicidio y continuar en el trono. El conde, agradecido por el gesto, se dirigió al hombre: «Leal me fuiste, Sancho Peláez. Desde ahora guardarás mi sueño. Y que guarden también los hijos de Espinosa en los siglos venideros el sueño de todos los monarcas que Castilla tenga».