Hubo un antes y un después. El transcurso no será más que un
breve lapso: el paso a través de un túnel que, sin figurar en el mapa, aparece
de súbito. Los historiadores del futuro podrán dar cuenta de dicho transcurso, de
ese después. Los que vivimos el shock del presente solo podemos referirnos al
antes, en el túnel apenas hay luz, días que se asemejan a domingos por la tarde
que preceden a domingos por la tarde; sucesión de tardes tontas esperando un
lunes que se posterga.
De lo que vaya a haber en el momento de la salida, ni idea.
Queremos imaginar que esperamos un tren que simplemente llega a la estación con
retraso; que, aunque algo más tarde, llegaremos al destino anteriormente
previsto. Pero no: ya no existe más realidad, más futuro inmediato, que “quién sabe”.
Por ahora, el túnel. De repente, todo es silencio, lentitud,
miedo. Lo gaseoso, lo no mensurable, el aprecio, el reconocimiento, el ‘¿estás
bien?’, se ha solidificado: volvemos a comprender el valor de lo que no cuesta,
a desdeñar el precio de lo que no vale. Reparamos en el otro, sin embargo,
perversa metáfora, un “otro” que tanto es apoyo, ayuda y afecto, cuanto recelo:
cualquiera es, puede ser, quizá sea, foco potencial de infección. Nos
necesitamos y nos tememos.