lunes, 1 de septiembre de 2003

NUEVO CURSO

Con el rugido de los motores de un millón de coches resuena el esbozo de un re-inicio, esos trazos difusos con los que se perfila un curso que en todas las mentes se aventura como feliz y que mes a mes se tiñe de más de lo mismo, de círculo vicioso, de dejà vu. Es un perpetuo, inmarcesible y pertinaz astillado de nuestras vidas esperando a un Godot, persiguiendo a un futuro perfecto que nunca llega. Y mientras, competimos, consumimos y permitimos hacer.
Septiembre es el primer mes del año real, los días se decoloran y muestran el paisaje herrumbroso de una jornada laboral. En agosto hablamos de nosotros mismos como si fuésemos una plantilla de fútbol “he aprovechado el verano para descansar, para renovarme, para prepararme, para afrontar con garantías la próxima temporada”. Pero septiembre es el pórtico al frío invierno, al abrigo, al hielo. Unos días de falso sol, de ferias y fiestas son el frontispicio; el lado externo de una puerta condenada a permanecer tercamente cerrada los próximos once meses.  Once meses dejando jirones de existencia en la fábrica o en la oficina para insatisfacer tanta estupidez creada artificialmente y llamarlo realización. Ya hemos perdido; hemos organizado nuestras vidas para el trabajo, guarderías para aparcar al niño mientras trabajamos, asilos para almacenar al viejo improductivo, planes de estudio que forman empleados dóciles, ciudades para que el coche nos conduzca a la fábrica y al comercio. Sin espacio, sin tiempo... sin alternativas. Vendimos nuestra libertad a la empresa a cambio de un salario. Vendimos nuestra libertad.