Da
igual ganar la liga, ascender a cualquier categoría o quedar segundo en el
trofeo de la galleta. Tras las consabidas celebraciones “espontáneas” llegan
los paseos triunfales, las soflamas desde algún balcón aderezadas con obligatorias
menciones a los atributos que les llevaron a dicho triunfo y como colofón una
visita a la virgen de turno que tanto contribuyó en el logro. No se sabe que
opinarán las vírgenes rivales, ni imaginar quiero como estará este año la
moreneta, es un suponer. Vestigios de un pasado del que no queremos acordarnos.
Curas consagrando a aduladores del becerro de oro. Teocracia militar que ha
impregnado nuestras costumbres de un rancio aceite con cuyo hedor convivimos
sin que revienten nuestras pituitarias. Un día Jesús entró en el templo y, cual
manifestante antiglobalización, gritó hasta la afonía (Mateo 21,12).
Hipócritas, ciegos que guían a otros ciegos, raza de víboras, sepulcros
blanqueados fueron lanzados contra los que vestían sotana. El hombre, creador
de dioses a su imagen y semejanza, le subió al altar. Pero antes le había
matado.