martes, 26 de junio de 2001

JESÚS Y EL BECERRO DE ORO

Da igual ganar la liga, ascender a cualquier categoría o quedar segundo en el trofeo de la galleta. Tras las consabidas celebraciones “espontáneas” llegan los paseos triunfales, las soflamas desde algún balcón aderezadas con obligatorias menciones a los atributos que les llevaron a dicho triunfo y como colofón una visita a la virgen de turno que tanto contribuyó en el logro. No se sabe que opinarán las vírgenes rivales, ni imaginar quiero como estará este año la moreneta, es un suponer. Vestigios de un pasado del que no queremos acordarnos. Curas consagrando a aduladores del becerro de oro. Teocracia militar que ha impregnado nuestras costumbres de un rancio aceite con cuyo hedor convivimos sin que revienten nuestras pituitarias. Un día Jesús entró en el templo y, cual manifestante antiglobalización, gritó hasta la afonía (Mateo 21,12). Hipócritas, ciegos que guían a otros ciegos, raza de víboras, sepulcros blanqueados fueron lanzados contra los que vestían sotana. El hombre, creador de dioses a su imagen y semejanza, le subió al altar. Pero antes le había matado.