Escribí el 23 de enero que Raúl no
había aparecido desde el final de la Eurocopa. Quizá el fallo del penalti ante
la selección francesa, quizá el verse desplazado del papel de estrella
principal, quizá... En
cualquier caso apareció y de que manera. Se cargó al equipo encima, dijo
“vamos” y reivindicó para si los elogios que el impacto mediático del fichaje
de Luis Figo le había usurpado. Habló donde hay que hablar demostrando que se
puede ser decisivo sin la fuerza de Ronaldo, la fantasía de Romario, la
exquisitez de Maradona, el regate de Figo, la omnipresencia táctica de Redondo
o la fuerza física de Mauro Silva. A base de astucia, intuición y coraje ha
sabido ganarse un espacio entre los más grandes que, por calidad técnica, no le
correspondería. Tiene
las virtudes del superviviente en un mundo venerador de la comodidad, chico de
barrio marginal entre pijos.
Predestinado al talco blanco lo ha sustituido por la droga del éxito.
Apareció, ¡vaya si apareció!