Las palabras
esdrújulas siempre me atrajeron por la rotundidad con la que resuena su acento,
por otra parte, siempre disfruté jugando con los dobles
sentidos de los términos por la capacidad de provocación o descubriendo
nuevas palabras inexistentes que se formaban solapando dos que sí tenían vida.
Pero este mismo juego puede servir para explicarnos mucho mejor la naturaleza
de algunas cosas. Filantrópico y antropófago son palabras hermosas por su
contundente sonoridad, la primera eleva al infinito al simple generoso de a
pie, la segunda nos traslada en un viaje en el tiempo hasta aquellos tebeos de
la infancia en los que un grupo de negros (los malos siempre son de allí) danzaban
alrededor de una enorme caldera de barro en la que se cocía a un explorador. Dos
palabras que fundidas en un crisol forman una tercera, filantropófagos, que no
aparece en ningún diccionario, pero que define a la perfección todo un mundo de
instituciones vinculadas a las grandes empresas que afirman pretender erradicar
las injusticias del orbe; sin embargo que en realidad solo buscan apuntalar un
sistema y hacer negocio en él hasta las últimas consecuencias. Un negocio que
consiste en sumar pobres y multiplicar, aunque sea por un solo euro al día. Un
grano no hace granero pero cuatro mil millones ayudan al compañero.
Blog sin más pretensión que la de poner un poco de orden en mi cabeza. Irán apareciendo los artículos que vaya publicando en diversos medios de comunicación y algunas reflexiones tomadas a vuelapluma. Aprovecharé para recopilar artículos publicados tiempo atrás.
jueves, 8 de mayo de 2014
EL EMPATE RELATIVO
Una de esas leyendas apócrifas que labran el mito de algunos genios se refiere a Albert Einstein cuando, tras formular su teoría de la relatividad (aunque él nunca la denominó así), su reputación había trascendido más allá del ámbito en el que trabajan los investigadores. Durante aquella época, el físico recorrió diversas universidades de los Estados Unidos desgranando los vericuetos de tan revolucionaria teoría. Un día de tantos, a caballo entre dos ciudades, su chófer le espetó: «Tiene usted mucha cara, le pagan barbaridades de dinero y lo único que hace es repetir siempre la misma copla, ahora que ya le he oído, yo también podría hacerlo». Einstein le tomó la palabra y aceptó la propuesta: «La próxima conferencia la impartirá usted». Dicho y hecho, antes de llegar, intercambiaron sus ropas y se caracterizaron convenientemente. El chófer expuso palabra tras palabra todo lo que había oído al genio tantas veces.
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