domingo, 22 de mayo de 2016

¡QUÉ LARGO SE HACE!

A mí me sonó raro. El gobierno de la Junta aprueba un decreto ley que modifica el Reglamento de espectáculos taurinos suprimiendo la excepción del Toro de la Vega a la prohibición de matar en público animales en espectáculos taurinos. Pero ‘eh’ dice el consejero de Presidencia, la decisión se toma para lograr mantener la tradición. Raro suena, ya digo. Se prohíbe algo para mantenerlo. Puede que De Santiago-Juárez tenga razón y el tiempo se la dé, como defendía Carlos Blanco el pasado viernes en estas páginas, pero yo no consigo cuadrar el círculo: si el Toro de la Vega es un torneo que consiste en que un grupo de humanos desatados alanceen un toro hasta darle muerte y en el que gana el que lo mata (o el toro, si consigue sobrepasar no sé qué límites), evitar la muerte a priori es, entiendo, suprimir el torneo. Vale, en Tordesillas podrán soltar un toro cuando llegue la fecha, podrán llamarlo de la misma manera, pero será otra cosa. El discurso del consejero suena raro por su inconsistencia, porque no existe argumento que pueda sostener a la vez algo y su contrario. Esta decisión es una de esas -cada vez más frecuentes- que pretenden, giros retóricos de ‘bienqueda’ mediante, hacer creer a todas las partes enfrentadas en un conflicto que han salido victoriosas. El Toro de la Vega se puede permitir o prohibir, lo demás es mala literatura. No vale con llamar a las cosas de una manera para que estas sean lo que queramos que sean. No se puede, siguiendo la terminología del filósofo de moda, Ernesto Laclau, convertir a tantas palabras en significantes vacíos: hay cosas que son, simplemente lo que son.