La calle que acompaña en los últimos suspiros al
Canal de Castilla homenajea con su nombre a Manuel López Antolí. Este
industrial catalán llegó a Valladolid en 1937 y con los hechos demostró que es
cierto ese axioma manido por los amantes de la sociología de bolsillo y utilizado
para levantar los ánimos del personal cuando llueven piedras: las crisis no son
un problema, son una oportunidad. Donde el resto veía una guerra, López Antolí
encontró una fortuna. Trajo su capital y con su conocimientos del sector puso
en marcha una empresa de blanqueo, tintes, aprestos y acabados, Textil
Castilla. La tierra de acogida suministraba suficiente materia prima y la
búsqueda de clientes fue el menor problema: el ejército franquista necesitaba
uniformes y él se encargó de confeccionarlos.
Acabada la contienda, la fábrica continuó activa
y a su calor se desarrolló una incipiente industria aledaña de la que hoy solo
queda la decoración de la Plaza de la Solidaridad, el nodo sobre el vibran los
vecinos del Barrio de la Victoria y que ocupa el suelo sobre el que se
asentaron los cimientos de aquella primera fábrica.