lunes, 18 de abril de 2016

ZORRILLA Y EL RUGBY, AMANCEBADOS

Los juegos dejan de ser juegos en cuanto los que lo practican son conscientes de que alguien los está mirando. Sucede, de alguna manera, algo similar a lo que enunciara Werner Heisenberg allá por 1925 en su ‘principio de Incertidumbre’. Este físico alemán demostró que no existe la posibilidad de medir experimentalmente, con precisión y de forma simultánea, algunos pares de magnitudes -como la posición y la cantidad de movimiento de una partícula- ya que cuando se consigue medir la primera se perturba la segunda, lo que modifica su valor.  Aquellos ojos vigías, con su sola presencia, perturban, de la misma forma, el contexto y subvierten el orden de las motivaciones de quienes antes pretendían divertirse en primera instancia y después, si podía ser, ganar. A partir de ese instante, el simple entretenimiento adquiere un carácter secundario y vencer, imponerse, mostrar que uno es mejor que el otro, pasa a ser el objeto principal. El deporte puro, más allá de algunos juegos de niños, por tanto, no existe; está contaminado por los ojos que lo ven.
La segunda subversión llegó en el momento en que los ‘mirantes’ empezaron a ser muchos más que los que los practicantes, en que la razón de ser del juego no tenía más sentido que el deleite de las muchedumbres. Para ello, para albergar a ese cúmulo de personas, fueron construidos los templos de esta nueva religión. Allí los fieles, de tanto en tanto, se convierten en el músculo que da vida a unas estadios que sin ellos no serían más que, como dijera Mario Benedetti, un esqueleto de multitudes. Cuando se llenan, sin embargo, destilan vida.