Hace algunos años, viniendo de Madrid, coincidí en un tren con una mujer algo mayor
que yo. Ella llevaba buen tute, venía de Huelva, y tras tantas horas de viaje
tenía ganas de hablar. Yo –para variar- no tenía menos, así que nos dispusimos
a darle a la sinhueso. Me contó que viajaba a Bilbao para celebrar, con un
concierto, el ‘nosecuantos’ aniversario de la banda en la que, cuando era más
joven, tocaba. Saltó el chip de mi curiosidad, por generación tenía que ser una
de esas bandas de principios de los ochenta, y le pregunté cuál. Con su
respuesta llegó mi sorpresa (los que ronden mi edad lo entenderán, los más
jóvenes que busquen por internet). Compartía vagón con una componente de Las
Vulpes. De aquella conversación me quedó grabada una frase: Entonces había
censura pero éramos osados porque sabíamos que estábamos derribando el muro,
íbamos a ganar; hoy, aparentemente, no
la hay pero los intereses comerciales imponen la peor censura de todas las
especies: la que uno ejerce sobre sí mismo, hemos perdido sin librar, siquiera,
batalla.