La Victoria va envejeciendo, los hijos se emanciparon y ahora, acosados
por jornadas laborales difícilmente compatibles con la crianza de sus hijos, requieren
de sus padres para cubrir los huecos de ausencia. La imagen no es, por
tanto, infrecuente en mi barrio. Una
niña que apenas levanta unos palmos del suelo tan pronto jugueteaba por la
plaza de San Bartolomé bajo la atenta mirada de su abuelo como correteaba hacia
él buscándole la mano. De pronto se queda quieta. A la vez que inmoviliza las
piernas, alza el cuello y mira hacia arriba. Baja de nuevo la cabeza, dirige la
mirada hacia sus brazos extendidos e, inmediatamente, busca la complicidad de
su abuelo.