miércoles, 25 de junio de 2014

LA PALABRA: DE LA QUIJADA A LA BOMBA

Tras innumerables visitas a su pasado, a su propia niñez, Ana María Matute ha regresado al momento anterior, al abismo de la nada. Queda lo que de ella queda, pero ella ya no. Permanece lo que escribió de sus viajes “la infancia no es una etapa de la vida: es un mundo completo, autónomo, poético”, un mundo, el de la inocencia, que nunca se pierde completamente. Seguirá vivo el vehículo en el que emprendía estos viajes “La palabra es la alarma de los humanos para aproximarse unos a otros. La palabra es lo más bello que se ha creado. La palabra es lo que nos salva”. La que nos salva, dice Ana María, la que nos puede destruir, añadiría yo. La palabra es esencialmente lo humano y por tanto en ella cabe el amor y el odio, la vida y la muerte, con ella se puede caminar desde lo heroico a lo mezquino. Desde la perspectiva de la escritora, un ser humano mirado individualmente está sometido a unos cambios necesarios aunque nunca se levante del todo de su asiento infantil. Pero, a la vez,  visto en su globalidad, el ser humano queda empequeñecido por una evidencia: la incapacidad para evolucionar. Ha evolucionado la tecnología, escribió Matute, pero el hombre sigue llorando como en la Edad Media, sigue odiando, sufriendo y muriendo de amor como Aranmanoth. Han cambiado las formas externas.