lunes, 8 de mayo de 2017

PALABRAS EROSIONADAS

Hay instantes en los que  somos testigos de un hecho aparentemente nimio por su nula repercusión social, pero que encierra los elementos necesarios y suficientes para  plantear una serie de reflexiones que bien podrían servir como materia para desarrollar en un examen de filosofía o como núcleo de reflexión para encauzar una tesis en el campo de la ética. Una de esas situaciones se produjo ayer cuando el reloj apenas había descontado once minutos del partido que en tierras andaluzas enfrentaba al Pucela con la UD Almería.
El blanquivioleta De Tomás  y Casto, el portero rival, corrían en sentidos opuestos en pos de un balón que avanzaba inexorablemente hacia un punto intermedio entre la posición de ambos. Una situación límite de esas en las que, si llega antes el atacante, podríamos dar el gol casi por seguro. Si, por el contrario, es el portero el que vence en la pugna, malbaratará la ocasión y resuelto el problema que se le presentaba. Una décima de segundo, todo lo más, es el filo que dirimirá si es uno u otro quien conseguirá su propósito. En este caso, fue Casto quien logró alcanzar el objetivo, pero por un margen tan exiguo que no consiguió golpear el balón en la dirección, ni con la contundencia que hubiera deseado. De Tomás, por lo ajustado del lance –y también porque los delanteros cada vez apuran más en estos trances con el consiguiente riesgo para los porteros– no evitó el contacto con su rival. Así las cosas, la pelota cayó en los pies del blanquivioleta Moyano que veía la portería almeriense desguarnecida. Casto, desubicado, pretendió evitar el riesgo agitando los brazos como aspas de molino mientras gritaba exagerando su dolor. El ligero golpe, los exagerados aspavientos,  el sereno caminar nada más levantarse, hacen pensar que el portero fingió y lo hizo con un doble propósito: presionar al árbitro para que señalase falta y apelar a la ‘deportividad’ del oponente poniéndole ante la fea tesitura de rematar a puerta con el portero lastimado en el suelo. Sucedió lo primero, el árbitro señaló una falta que seguramente fue, pero el silbatazo no resta pertinencia a las reflexiones propuestas.