lunes, 2 de mayo de 2016

VAMOS, QUE 'LALIAO' PARDA

Hubo un tiempo, muy anterior al nuestro, en el que ‘fama’ y ‘prestigio’, sin ser lo mismo, se parecían demasiado. El matiz que separaba ambos términos tenía que ver con un par de restricciones del segundo respecto al primero: por un lado, el prestigio, aunque pueda extenderse a una población en general, venía apuntado por el notorio reconocimiento entre las gentes de un mismo ámbito; por otro, siempre nacía en torno a un hecho o una trayectoria reconocidos socialmente como positivos. Eso era antes, ahora la distancia que les separa es abismal y ello, pese a que el ‘prestigio’ sigue significando, más o menos, lo mismo. El sentido de ‘fama’, sin embargo, ha efectuado un viaje que le ha cargado de connotaciones negativas:ahora es, sin más, el hecho de ser conocido por multitud de personas sin que sea necesario que se recuerde la razón de dicho conocimiento. Es así hasta el punto de que ser famoso se ha convertido en una categoría en sí mismo. El prestigio; al fin, se labra con el cincel del trabajo callado y, como las letras esculpidas en mármol, perdura por un largo tiempo;la fama suele ser más evanescente porque se logra con gritos a través de un altavoz. Todavía queda la posibilidad de adquirir esa pretendida fama como simple corolario de un prestigio adquirido por el buen hacer, sin embargo, es más corto y tentador el atajo que se llama publicidad. En muchos casos, esta fama no es más que la coartada para satisfacer carencias personales, para poder presumir de algo; en no pocos, es una excusa para enriquecerse. Existen otros casos en que la fama llega de forma involuntaria, simplemente sobreviene a alguien por estar en el sitio preciso, en el momento indicado y acertar sin pretenderlo con lo que suelta por esa boquita. Así le ocurrió, por ejemplo, un mal día del verano de 2008 a aquella socorrista cuyo nombre no pretendo recordar. La mujer se equivocó y vertió en la piscina el líquido que no debía provocando una nube tóxica. Hasta ahí un accidente sin más. La explicación de la susodicha, sin embargo, le otorgó esos quince minutos de fama que preconizó aquel supuesto artista de lo vacuo llamado Andy Wharhol. Ella, delante de la cámara, con cara a medio camino entre asustada y colocada, explicó de forma surrealista lo que había pasado y las consecuencias en bien pocas palabras: «Me he equivocado de producto (...), ha hecho una reacción (...). Vamos, que ‘laliao’ parda».