El
mito de la invulnerabilidad ha sido derribado en forma de torres hermanas.
Significaban más que eran y su caída es más que su desplome. Es odio
condensado, veneno que hervía en las venas de los suicidas, cianuro con nombre
de religión volando hasta incrustarse en diez mil edificios. Es una guerra pero
no empezó ayer, es consecuencia, es una indecente gestión del dolor ajeno. Es
dolor engendrando dolor y en el parto una persona sufre, mil, un millón de
dolores que se engendran oliendo a muerto y clamando justicia y engendrando más
dolor. Es prepotencia criando cuervos, esculpiendo un bumerang, es billete de
ida y vuelta. Nada hay más vulnerable que un ser humano odiado por otro ser
humano, más vulnerable que una torre, que una religión, que un imperio forjado
en miles de seres torturados. El invierno, imperecedero para muchos, ha
depositado sus copos de nieve donde el sol tenía su guarida.
Hoy
estamos de luto, todos los días el odio nos sirve motivos para ello. Silba el árbitro,
comienza el partido.