miércoles, 3 de noviembre de 2021

CUENTO DE OTOÑO

Leo: los grandes inversores internacionales se lanzan a la adquisición de grupos educativos locales. Obviamente no es la formación de la chavalería lo que les preocupa sino la rentabilidad, a ella bien se apuntan. Y (normalmente) la consiguen. No es que tengan una visión privilegiada que les permita saber dónde colocar el dinero, ese juego es de pobres, lo suyo va más sobre seguro, apuestan con cartas conocidas, suya es la baraja. Por eso delante de ‘inversores’ se escribe ‘grandes’, porque tienen la potestad de marcar las reglas a su conveniencia.

De la misma forma se puede encontrar lectura acerca de la incursión en el ámbito sanitario. Terrenos en los que nos jugamos derechos y garantías sociales que, paulatinamente, se convierten en espacios diseñados para el negocio. Podría pensarse que no es incompatible la existencia de buenas coberturas públicas con la presencia de centros privados. Y podría no serlo si un hospital privado, una universidad privada, existieran por sí mismos. Buscarían su clientela sin la pretensión ni la capacidad de menoscabar el potencial garantista de las redes públicas. La presencia de fondos, ya es otro asunto -como no se paga por lo mismo a lo que ya se tiene acceso sin más coste que los impuestos correspondientes-, para crecer necesitan eliminar competencia, pretenderán que el servicio del ‘rival’ no tenga nivel, que se limite a acoger a quienes no les quede otra. El paso siguiente en el desmonte será sencillo: una vez elegida -y pagada- la versión privada, cualquier paisano se cuestionará el sentido de seguir financiando la pública. Al fin, a ella solo irán los ‘fracasados’, los que nada merecen. Me temo que yo. Y seguramente usted.