Hace años, en las vallas publicitarias de nuestras ciudades se exhibían
una serie de cartelones de una compañía de bebidas alcohólicas. En cada uno de
ellos aparecía escrita, junto a la imagen de diversos rostros reconocidos, una
frase de esas anodinas, pero cuyo efecto inmediato traslada la sensación de canto
a la libertad individual, a la autoafirmación de cada cual. La mirada
penetrante de un Tarantino, por ejemplo, al lado de un “Escribo mis propios
guiones”. La campaña publicitaria se completaba, entre otras cosas, con el
reparto de camisetas con un lema que venía a decir que el portador de dicha
prenda era un tipo auténtico, genuino, distinto de ese magma formado por una
masa homogénea de seres iguales, por replicantes. Había, eso sí, miles de esas
camisetas iguales; miles de personas haciendo un canto a su mismidad pero
vestidos de la misma forma.
El principal éxito de los poderes económicos en esta sociedad de masas
consiste precisamente en haber conseguido cuadrar esa circunferencia:
convertirnos en iguales y, a la vez, hacernos sentir diferentes. En el terreno
comercial, la publicidad ha sido el principal instrumento. A poco que nos
fijemos, podemos observar que los anuncios cada vez más se mueven en esta
línea: a la vez que pretenden que haya millones de personas que adquieran los
productos indicados, intentan que cada uno de ellos se sienta especial por
haberlo adquirido.
En el terreno del pensamiento, la cosa no es muy diferente. Los medios de
comunicación, sobre todo los audiovisuales, son la única relación de buena
parte de nuestros convecinos con la realidad. De esta manera, la agenda
informativa, la relevancia de unos hechos frente a otros, viene marcada desde
fuera. Los ojos por los que vemos la realidad, aunque creamos que son los
propios, son ajenos. Incluso el bosquejo argumental con el que nos vamos
apañando nos viene dado. Pensamos que existe recuperación si lo repiten una y
otra vez, si muestran a discreción los gráficos o índices que mejor se adecuan
al hecho del que se nos quiere convencer. Datos que muestran, pero no explican.
El problema llega cuando el abuso es tal que la realidad del día a día se
enfrenta a la imagen mostrada. Se termina por no creer en nada. Surge la
desafección en masa, se abona el terreno para que crezcan los Le Pen, o engorden
los Trump. Y lo hacen escudándose en lo políticamente incorrecto. Materia esta
para el próximo jueves.
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-11-2016