miércoles, 23 de noviembre de 2016

CUANDO EL RELATO NO VALE

Hace años, en las vallas publicitarias de nuestras ciudades se exhibían una serie de cartelones de una compañía de bebidas alcohólicas. En cada uno de ellos aparecía escrita, junto a la imagen de diversos rostros reconocidos, una frase de esas anodinas, pero cuyo efecto inmediato traslada la sensación de canto a la libertad individual, a la autoafirmación de cada cual. La mirada penetrante de un Tarantino, por ejemplo, al lado de un “Escribo mis propios guiones”. La campaña publicitaria se completaba, entre otras cosas, con el reparto de camisetas con un lema que venía a decir que el portador de dicha prenda era un tipo auténtico, genuino, distinto de ese magma formado por una masa homogénea de seres iguales, por replicantes. Había, eso sí, miles de esas camisetas iguales; miles de personas haciendo un canto a su mismidad pero vestidos de la misma forma.
El principal éxito de los poderes económicos en esta sociedad de masas consiste precisamente en haber conseguido cuadrar esa circunferencia: convertirnos en iguales y, a la vez, hacernos sentir diferentes. En el terreno comercial, la publicidad ha sido el principal instrumento. A poco que nos fijemos, podemos observar que los anuncios cada vez más se mueven en esta línea: a la vez que pretenden que haya millones de personas que adquieran los productos indicados, intentan que cada uno de ellos se sienta especial por haberlo adquirido.

En el terreno del pensamiento, la cosa no es muy diferente. Los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, son la única relación de buena parte de nuestros convecinos con la realidad. De esta manera, la agenda informativa, la relevancia de unos hechos frente a otros, viene marcada desde fuera. Los ojos por los que vemos la realidad, aunque creamos que son los propios, son ajenos. Incluso el bosquejo argumental con el que nos vamos apañando nos viene dado. Pensamos que existe recuperación si lo repiten una y otra vez, si muestran a discreción los gráficos o índices que mejor se adecuan al hecho del que se nos quiere convencer. Datos que muestran, pero no explican. El problema llega cuando el abuso es tal que la realidad del día a día se enfrenta a la imagen mostrada. Se termina por no creer en nada. Surge la desafección en masa, se abona el terreno para que crezcan los Le Pen, o engorden los Trump. Y lo hacen escudándose en lo políticamente incorrecto. Materia esta para el próximo jueves. 
Publicado en "El Norte de Castilla" el 24-11-2016