domingo, 28 de mayo de 2017

HOY ES EL DÍA

Una de esas tardes en que Mafalda se ponía espléndida, se acercó a su padre y le asaeteó con una pregunta de esas que congela primero el aire y luego el alma. El hombre empezó a temblar, bien la conocía, en cuanto comprobó que la niña en su andar decidido se encaminaba hacia él. Hay cosas a las que uno no se acostumbra por más que repitan. Cada pregunta de la niña le recordaba las sensaciones de quien se enfrenta a un examen. «Decime, papá, ¿en tus tiempos se vivía mejor que ahora?» Touché. ¿Qué decir? Debió (de) pensar el hombre. Si digo esto volverá con aquello; si digo aquello, me saldrá por peteneras. Todos los caminos que inventaba chocaban con un muro que cerraba el paso. Ya que no iba a encontrar una respuesta con la que dar conformidad a la curiosidad de la niña, por lo menos habría que intentar salir airosamente del paso. Resopló. «Bueno... No había tantas armas nucleares, ni tanta subversión, ni tantos líos raciales...». Observó la cara de la niña, dedujo que la respuesta no había llegado al aprobado. Desarmado, vencido, se encogió de hombros esperando la nota. «¿Qué querés que te diga?». Mafalda no tardó en redactar la sentencia. «Quería que me dijeras que estos todavía son tus tiempos». Ni en firmarla. «Veo que ya estás medio ¡ñac!». El hombre se sentó completamente abatido en el sofá embobado en sus pensamientos. Eran otros tiempos, eran otros tiempos, los míos eran otros tiempos. Por más que la niña se empeñe, los tiempos me han empujado afuera hasta no comprender el  sentido actual de giro. 
Le entiendo porque a mí me pasa, porque me reconozco más en el antes que en el ahora, porque no sé qué se vende en dos de cada tres anuncios de la tele. Antes podría ser un inadaptado, que no digo que no, pero lo era, o quería serlo, frente a un mundo que conocía; ahora observo lo que pasa como la vaca que mira el tren.