Las palabras siguen brotando de su boca aunque
nadie la crea. Casandra es consciente de que el esfuerzo es inútil pero
es más fuerte la necesidad de advertir que la consciencia de que, diga
lo que diga, de nada servirá. Ella, hija de los reyes de Troya, supo
antes que nadie la tragedia que se cernía sobre su reino, lo supo y lo
dijo, pero nadie le creyó.
Antes, cuando era sacerdotisa de Apolo, el dios le
concedió el don de la adivinación a cambio de su entrega carnal. Ella,
la profetisa, el oráculo, era respetada por su pueblo hasta que negó su
promesa y Apolo buscó venganza con la crueldad propia de quien es capaz
de servirla en plato frío. Podría haber retirado el privilegio
concedido, pero sería poco castigo. No, no le negaría el don pero desde
ese momento nadie creería sus palabras así predijese la caída de Troya o
su propia muerte.