lunes, 2 de febrero de 2015

ACCIÓN POÉTICA

Esa mañana se parecía demasiado a la anterior, que, a su vez, había sido prácticamente idéntica a tantas que le precedieron. Hasta que el viandante dobló la esquina y, como de sopetón, una tapia le arrojó un verso a la cara. El hecho ocurrió en México y cuentan que fue Armando Alanís el primer encargado de susurrar a las paredes. Desde entonces, y han pasado casi veinte años, son muchas las tapias confabuladas en esta acción poética de la que brotan pocas palabras pero suficientes para romper el sosiego de quienes con ellas se cruzan. Así, de la misma manera que la otra tarde te cruzaste con un semáforo, hoy te asaltan veinte letras: «Sin poesía no hay ciudad». Sigues caminando, a casa, a la oficina o al gimnasio, con la ciudad rodeándote pero tratando de buscar en ella algo de poesía. En otro momento en el que sientes que la rutina te comprime, llega al rescate un «Ponle vida a esta triste canción». Quizá no sea gran cosa, pero te sientes apremiado a buscar la vida en alguno de los recovecos en los que se pudo quedar como perdida, a tapar las grietas por las que se puede ir escapando. Y continúas caminando, pero ahora sabiendo que «queda mucho por sentir».

Aun así eres consciente de que las cosas no van bien, lo sabes, pero no porque lo digan los periódicos, lo sabes porque te toca muy de cerca. Lo sabes porque siempre refutaste los groseros renglones con los que se construye nuestro modelo social. Es entonces cuando otro muro se dirige a ti recordándote algo parecido a lo que ya escribiera la escritora anarquista Emma Goldman: «Si no puedo bailar, no es mi revolución». Y continúas caminando pero ahora sabiendo que «Perdido es el tiempo no dedicado al amor».