martes, 20 de diciembre de 2022

AMIR, AL ALBA

Un nombre, su nombre, Amir Nasr-Azadani. Lo de ‘un futbolista iraní’ adjetiva, define, ubica, pero no termina de mostrar la crudeza de la situación. Un nombre, Amir Nasr-Azadani; un rostro, mirémoslo de frente. Quedémonos con su cara. Un chaval, 26 años, cuatro más que mi hijo, por ponerme en contexto emocional, en la tesitura de contarle a su amor que anda temiendo la madrugada, de susurrarle que presiente que tras la noche vendrá su noche más larga. Pidiéndole que no le abandone, que no le abandonemos, al alba. El precio de reclamar libertad, el coste de reivindicar los derechos sojuzgados a las mujeres, lo imponen miles de buitres callados mientras extienden sus alas. Y no es barato: la vida.

Un nombre, su nombre, Amir Nasr-Azadani. Referir su profesión es pertinente. Si podemos resumir el espectro de nuestras preocupaciones en ‘un poquito lo que nos toca, un poquito lo que nos pilla cerca’, el fútbol nos toca y nos acerca. Y ofrece razones para creer por el alcance del juego en nuestras sociedades, por la fortaleza icónica de las grandes estrellas de este deporte, por el ámbito universalizador de un Mundial. Supongo, quiero pensar, que sottovoce algo se haya movido, continúe en marcha. Pero no brotó ni una voz más alta que otra, ni una imagen contundente, estruendosa, abrumadora. Perdurable.