Cuando
envío un artículo al periódico tengo la misma sensación que el náufrago
que arroja una botella al mar. Si además es catorce de agosto la
botella, pienso, caerá en un mar seco.
Hace
dos horas escasas aún estaba en mi pueblo, uno de tantos que
languidecen en invierno para resurgir falsariamente durante unos escasos
días. En invierno la edad media de la población se aproxima
inexorablemente al número de los que allá habitan, en verano la
chiquillería asalta en cualquier esquina. Los que un día nos tuvimos que
ir sonreímos en corrillos con tristeza y no podemos contener la
desazón, lo bien que aquí viviríamos si durante el larguísimo invierno
se mantuviese esta algarabía vital. Hundimos allí las raíces y la
nostalgia pero nuestra vida trampea en otros lugares lejanos.
El
capitalismo se rige por fuerzas centrípetas, precisa de la acumulación.
Necesita un centro al que atraer y una periferia excluida. Si a gran
escala la periferia son continentes enteros, en la pequeña proporción de
un estado las ciudades grandes se tornan en metrópolis acolmenadas y
los pueblos núcleos de estudio para los etnógrafos. Los irreductibles
que aun quedan ya no miran al cielo, entre la edad y el fatalismo sus
ojos apuntan a Bruselas y de allí cada vez llueve menos.
Estos
días he visto a Rasueros alborotarse, reencuentros, abrazos, tertulias
en el bar o la piscina, niños merodeando alrededor de la tienda de
Tomasa, chavales adornando las peñas para unas fiestas que ya asoman,
Gabi se casó con Arancha, todos buscamos desde cualquier camino los
matices que la luz brinda de una de las más bellas torres del románico
mudéjar. Cuando los músicos recojan sus aperos el reencuentro será
entre el pueblo y su realidad. Todos, chiquillos, chavales, adultos y
los que se casaron, nos habremos ido. Las peñas apagarán sus luces para
los próximos once meses, Tomasa despachará algún kilo de fruta de tanto
en tanto y la torre será una foto pegada en la pared de nuestras casas.
El verano es el último estertor, la mejoría que precede a la muerte, la
gran mentira.
Diversas oleadas de pueblerinos llenamos las ciudades, fuimos los emigrantes en décadas pasadas, hoy son otros –sería bueno recordar- los que vienen con el mismo designio, huir del hambre, labrarse un futuro. Así, acumulando, esquilmando de aquí y de allá, se escribe la historia de las ciudades; así, poco a poco, nuestros pueblos se han deformado en meros parques temáticos, enclaves del pasado, un suicidio para el futuro, una letras impresas a fuego lento: R.I.P.
Diversas oleadas de pueblerinos llenamos las ciudades, fuimos los emigrantes en décadas pasadas, hoy son otros –sería bueno recordar- los que vienen con el mismo designio, huir del hambre, labrarse un futuro. Así, acumulando, esquilmando de aquí y de allá, se escribe la historia de las ciudades; así, poco a poco, nuestros pueblos se han deformado en meros parques temáticos, enclaves del pasado, un suicidio para el futuro, una letras impresas a fuego lento: R.I.P.