Amundsen y Scott habían pugnado por ser el primer hombre en dejar su
huella en el Polo Sur. Es de suponer que ninguna de las personas que formaron
las expediciones desconocía las dificultades que habrían de encontrarse. Apsley
Cherry-Garrard, uno de los integrantes de la expedición de Scott, las describe en
su libro ‘El peor viaje del mundo’: “Prácticamente todos los hombres que emprenden
viajes de gran envergadura por el polo deben plantearse la posibilidad de
suicidarse para salvar a sus compañeros…”. Cuando la expedición de Scott
llegó al punto deseado en enero de 1912 lo primero que hicieron fue observar
las huestes de Amundsen que ya estaban allí. El viaje, sin embargo, sería de
gran utilidad porque, a diferencia de los noruegos, los de Scott, más allá del
reto competitivo, tenían en mente otros objetivos de índole científica. Habían
perdido, pero, al fin y al cabo, perder y ganar son dos verbos igualmente
estúpidos si no van acompañados de un para qué.