lunes, 13 de febrero de 2023

SI HUELE BIEN, MEJOR SABRÁ

Cuando uno es niño de pueblo, asienta la hora de las comidas como óptima referencia para volver a casa. Dado que la comida propiamente, la del mediodía, no dejaba espacio para la duda, era cocido o cocido; que las meriendas no estimulan el olfato ni la incertidumbre –las pastillas de chocolate o las rodajas de embutido apenas huelen y tanto me daban unas como las otras–; lo que hubiera de cena me provocaba la única inquietud gastronómica. Apenas terminaba de poner un pie en casa, trataba de averiguar de qué era el olor que condicionaba pavlovianamente mis reflejos. Cuando no lo averiguaba, aún desde el pasillo, siempre gritaba a mi madre de la misma manera; ella, impertérrita, desde la cocina, siempre respondía igual. – ¡Qué bien huele! – Mejor sabrá. De esta forma, así, sin darnos cuenta ni importancia, establecimos una liturgia que, en cuanto me asomaba a la cocina, ella completaba mostrándome la palma de la mano en clara amenaza de cogotón si osaba comprobarlo antes de hora.